domingo, 17 de septiembre de 2017

Material “altamente inflamable”: el manejo del conflicto

El oficio de terapeuta implica una mezcla bastante equilibrada de riesgos y oportunidades. Oportunidades para aprender, para crecer al tiempo que lo hacen las personas a las que acompañamos, para revisar, cuestionar y transformar nuestro estilo de relación con la vida, con las personas y con nosotras mismas, entre otras.

El riesgo resulta del hecho de trabajar con la sombra, con la oscuridad, con los sentimientos rechazados y relegados de la conciencia que, en un momento de crisis, pueden aflorar con una extrema virulencia, precisamente derivada de nuestros esfuerzos por hacerlos permanecer en el fondo de nuestras prisiones internas. 

Entiendo que nuestra misión profesional consiste, efectivamente, en abrir puertas, invitar a salir, y permitir la expresión de nuestras actitudes, creencias y sentimientos más inmaduros, irracionales y “políticamente incorrectos”. Precisamente porque necesitan salir para poder ser vistos, para poder tomar conciencia de ellos y del mensaje que están queriendo comunicarnos.

Y ahí reside precisamente el peligro: en trabajar con la locura, que es material altamente inflamable. Al facilitar esta apertura, aparecen muchas veces tales comportamientos y emociones de forma tan abrupta, desmedida e indiscriminada, que pueden resultar dañinas para quienes son testigos del proceso. Los y las terapeutas debemos estar preparados para manejar estas situaciones, forma parte de nuestra capacitación y ejercicio profesional diferenciar en estas salidas explosivas lo que tiene que ver con la realidad presente y lo que no es más que una actualización y proyección de viejas heridas y patrones de relación. Aún así, requiere a veces mucha templanza mantener la serenidad y la escucha del otro para no verse implicado y responder a dicha proyección a veces claramente hostil. Y no siempre es posible ayudar a la persona a que se de cuenta también de ello.

Cuando esto ocurre en un grupo terapéutico la dificultad se acrecienta, ya que las heridas y hostilidades provocadas en la historia personal de cada participante se actualiza en el grupo y los conflictos del pasado se reviven entre los miembros del grupo.  Así, un impulso, un malentendido, una equivocación, provoca el malestar y el conflicto. Lo que se interpreta como un ataque malintencionado, muchas veces no es más que un error de percepción o de atribución; como dice Silvia Pérez Cruz en su canción Loca " Loca, loca, loca, loquita loca, así es mi boca... de palabras se equivoca".




Ravid Goldschmidt & Silvia Perez Cruz  - LOCA (Live)



Esto es lo que ocurre en todas nuestras relaciones presentes: los conflictos de relación que tenemos con nuestras parejas, hijos o hijas, hermanos, amistades, compañeros y compañeras de trabajo, superiores, etc., se hacen encarnizadas cuando se están actualizando antiguos conflictos. Porque lo que hemos aprendido es a no expresar claramente lo que sentimos y necesitamos, y mucho menos a escuchar el punto de vista y las motivaciones del otro/a. La consecuencia de esta falta de comunicación, es decir de esta falta de expresión y escucha mutuas, es que los conflictos devienen en rupturas. Y que las heridas antiguas se retroalimentan del sostenimiento de actitudes cerradas y ciegas a la realidad presente. 

Un grupo terapéutico debe su riqueza y su potencial sanador a la oportunidad que ofrece de descubrimiento de las propias actitudes cerradas u hostiles, y a la posibilidad de aprendizaje de formas de relación más sinceras, honestas y abiertas a los verdaderos sentimientos y necesidades tanto propios como ajenos. 





Pero esto no ocurre de forma rápida ni automática. No basta con que el/la terapeuta promueva la apertura y toma de conciencia, la expresión sincera; no basta con una única intervención de apoyo/confrontación. La transformación requiere tiempo, paciencia, constancia y una buena dosis de confianza. Confianza en la propia capacidad de ir sanando, en la capacidad de que también los demás están en el proceso de sanar; confianza en que quizás no hay intención de dañar; confianza en que la cerrazón y el obcecamiento terminarán cediendo paso a la necesidad esencial de entender, entenderse, hacerse entender... Y requiere también resistirse a la tentación de juzgar, de incriminar y de satanizar. Porque es este juicio, hacia uno mismo y hacia el otro, lo que nos separa, lo que nos impide, lo que nos limita y aleja de lo fundamental: el amor, el entendimiento, la compasión, la aceptación...

A veces esto no es posible. A veces no se dan las condiciones. A veces no es posible trascender la dificultad, y se instala el malestar, el desaliento y la desconfianza. Entonces se reproduce el patrón: siempre me pasa lo mismo y la única solución es romper, alejarse, mandarlo todo a la mierda. Reproducir lo de siempre. Creer que no hay más camino que romper las relaciones cuando se entra en conflicto. 

Espacio Contradanza. Taller de Verano 2017.


Pero la sanación verdadera es poder quedarse cuando algo o alguien te importa de verdad. No retirarse de las relaciones significativas, sino quedarse hasta poder poner luz a la oscuridad. Darse la oportunidad de aprovechar el conflicto para crecer y hacer crecer la relación. Cuando el conflicto surge en un grupo, el grupo es una oportunidad de aprender a resolver de forma constructiva. Y si se puede aprender en esta especie de laboratorio para la vida que es un grupo, los beneficios redundan en el grupo y en la vida. De lo contrario, se ahonda en la idea loca de que es imposible, de que “nadie me comprende ni me quiere”; y uno tiende a separarse y a quedarse cada vez más solo/a, más ajeno/a, más enajenado/a... mas loco/a. Y también pierden los otros, quienes se quedan,  porque se les priva de la posibilidad de entender, aceptar, confrontar, aclarar y sanar el desencuentro; de crecer y hacer crecer la relación.

Sostener el conflicto, sostenerse y sostener la tensión, profundizar en ella, escucharse con atención y escuchar al otro/a, no engañarse con la pretensión de que no te importa, confiar en la capacidad de trascender la dificultad, apoyarse en todo el camino ya transitado, no echar por la borda todo el recorrido y la esperanza de alcanzar el entendimiento. Ese es el único camino. Un camino de verdadero compromiso con uno mismo, con la comunidad y con la vida. Y, aunque no es fácil, merece la pena seguirlo intentando.














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