jueves, 4 de febrero de 2016

Taller de Invierno 2016: Semilla y Raíz.

Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, 
ya no desea ser un árbol. 
No desea ser más que lo que es.
Herman Hesse

A pesar de la poca conciencia colectiva sobre la necesidad de proteger y cuidar una Naturaleza que nos es imprescindible, o precisamente por ello, se me revela como algo ineludible cultivar una atención y respeto a los Ciclos de Vida en la Madre Tierra, que necesariamente corre en paralelo con el respeto y cuidado de nosotr@s mism@s como seres humanos que sostenemos una vida cíclica que se alimenta de ella.

El Invierno es la estación que favorece el recogimiento, la escucha, la pura presencia, la conciencia de lo esencial, desprovista ya de adornos, follajes y frutos que caducaron hace tiempo.  Del 22 al 24 de enero estuvimos en la Sierra de Aracena (Huelva), disfrutando de la hospitalidad de Casavenera y del hermoso paisaje del Castaño del Robledo, para compartir este armonizarnos con la energía invernal. Los paseos y la observación de la naturaleza se complementaron con actividades de meditación, contradanza, pintura, dinámicas de grupo y, esta vez,¡¡¡ taller de pan artesano!!!

Imágenes del Taller de armonización Invernal, enero 2016

La semilla fue la idea que vertebró nuestra atención e inspiró nuestro movimiento. La fuerza vital en ella contenida que la lleva a sentir el impulso de crecimiento y buscar los nutrientes necesarios para darse la oportunidad de llegar a ser lo que potencialmente ya es.  
La semilla como símbolo de confianza y de vitalidad interna en contraposición con la quietud y apariencia de muerte, de vacío, de nada que ofrecen los árboles de hoja caduca. El crecimiento oculto de la raíz, hacia el centro de la tierra, buscando la oscuridad, la humedad, la nutrición y el abrigo de la Madre Tierra. 
Herman Hesse hizo un tributo literario a los árboles; esos pilares que irradian la más reconfortante sabiduría, del que transcribo un fragmento a continuación: 

En sus copas susurran el mundo, sus raíces descansan en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su propia forma, representarse a sí mismos. Nada hay más ejemplar y más santo qué un árbol hermoso y fuerte. Cuando se ha talado un árbol y éste muestra al mundo su herida mortal, en la clara circunferencia de su cepa y monumento puede leerse toda su historia: en los cercos y deformaciones están descritos con facilidad todo su sufrimiento, toda la lucha, todas las enfermedades, toda la dicha y prosperidad, los años frondosos, los ataques superados y las tormentas sobrevividas. Y cualquier campesino joven sabe que la madera más dura y noble tiene los cercos más estrechos, que en lo alto de las montañas y en peligro constante crecen los troncos más fuertes, ejemplares e indestructibles.
 
Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar por ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas; predican indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.

Un árbol dice: en mi vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre Tierra. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares.

Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo hasta el fin del secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es.