En estos años de ejercicio profesional he visto personas con síntomas de trauma. Algunas con recuerdos precisos sobre la situación generadora y otras con apenas recuerdos vagos, intuiciones o sueños reveladores. Y otras que, aun creyendo no haber vivido ningún trauma, presentan una serie de dificultades vitales que hacen suponer su existencia. El trauma no tiene por qué surgir necesariamente de una catástrofe importante; las personas, sobre todo los niños, pueden sentirse abrumadas por lo que consideramos sucesos cotidianos y desarrollar estos síntomas, que derivan en dificultades más o menos graves para el desenvolvimiento vital.
Parte del tratamiento de estas personas pasa por la comprensión de sus síntomas y reacciones, porque el rechazo y los sentimientos de inadecuación y de culpa no hacen más que agravar el camino hacia la resolución del problema. Entender y aceptar es lo que abre el camino al restablecimiento de la conexión interrumpida consigo mismos, con sus cuerpos, con sus sensaciones y con el entorno.
Peter A. Levine es una de las máximas autoridades en la comprensión y sanación del trauma. Transcribo aquí algunas notas de su libro "Sanar el trauma" que resulta especialmente claro y accesible.
¿Qué es el trauma?
Nos traumatizamos
cuando nuestra capacidad de responder a una amenaza percibida queda
restringida en algún sentido o imposibilitada. Esta incapacidad para
responder adecuadamente puede impactar en nosotros de maneras
evidentes y también de maneras más sutiles.
El trauma es fundamentalmente fisiológico; es algo que ocurre inicialmente a nuestros cuerpos y a nuestros instintos. Sólo más tarde sus efectos se extienden a nuestras mentes, emociones y espíritu.
El trauma guarda
relación con la pérdida de conexión: con nosotros mismos, con
nuestros cuerpos, con nuestras familias, con los demás y con el
mundo que nos rodea. Esta pérdida de conexión ocurre a menudo
lentamente, lo que permite que nos vayamos adaptando sin darnos
cuenta de lo que está ocurriendo: se va minando nuestra autoestima,
la confianza en nosotros mismos, los sentimientos de bienestar y la
conexión con la vida.
A medida que
evitamos ciertos sentimientos, personas, situaciones y lugares, se
van limitando nuestras opciones. El resultado de esta reducción
gradual de la libertad es la pérdida de vitalidad y capacidad para
realizar nuestros sueños. (Levine)
El trauma no sólo
tiene cura, sino que el proceso de curación puede ser el catalizador
de un profundo despertar: un portal que se abre a la auténtica
transformación emocional y espiritual.
Causas y
síntomas
Una persona puede
quedar traumatizada por cualquier suceso que perciba (consciente o
inconscientemente) como una amenaza para su vida. El factor crítico
es la percepción de la amenaza y la incapacidad de lidiar con ella.
La ansiedad y los
nervios, o casi cualquier respuesta que puede surgir simplemente
hablando sobre el tema, guarda relación con la activación de la
energía que se experimentó durante el suceso abrumador
original.
Cuando
te sientes amenazado, tu cuerpo genera instintivamente mucha energía
para ayudarte a defenderte de la amenaza. Esta es la energía con la
que se trabaja en la sanación del trauma y hay que ser conscientes
de ella.
Los
síntomas son señales
que nos envía nuestro cuerpo cuando se siente incómodo. Su
propósito es informarnos de que algo dentro de nosotros no está
bien y exige nuestra atención.
Muchos
son los síntomas que suelen aparecer, algunos inmediatamente después
del suceso abrumador (hiperactivación, opresión, disociación,
negación, sentimientos de indefensión, inmovilidad o congelación),
otros a lo largo del tiempo. Generalmente se hacen más complejos con
el tiempo y están cada vez menos conectados con la experiencia
original del trauma. Uno de los síntomas más inusuales y
problemáticos a partir de un trauma no resuelto es la compulsión a
repetir las acciones que causaron el trauma originalmente: nos
sentimos inextricablemente atraídos hacia situaciones que repiten el
trauma original. Esta “representación” frecuente es el síntoma
más complejo del trauma.
Para
sanar el trauma tenemos que aprender a confiar en los mensajes que
nos transmiten nuestros cuerpos. Los síntomas del trauma son
llamadas al despertar. Si aprendemos a escucharlas, si incrementamos
la conciencia de nuestros cuerpos y, finalmente, si aprendemos a usar
estos mensajes, podemos empezar a sanar nuestros traumas.
El
efecto del trauma en el cuerpo.
La
sanación
del trauma consiste fundamentalmente en un proceso biológico o
corporal que suele ir acompañado de efectos psicológicos,
especialmente cuando el trauma incluye la traición por parte de
aquellos que nos tenían que proteger.
Algo
relacionado con el modo en que se ha visto que los animales salvajes
resuelven sus estados de shock: deshaciéndose del estrés acumulado
tras una captura con un temblor inicial que va
aumentando hasta convertirse en sacudidas convulsivas y movimientos
en las que las extremidades parecen moverse al azar; finalmente el
animal toma varias inspiraciones profundas que se extienden por todo
el cuerpo. Vistos con detalle, estos movimientos y giros de las
piernas son en realidad movimientos de correr perfectamente
coordinados; es como si el animal completara su escpada concluyendo
los movimientos de huida que quedaron interrumpidos cuando sintió
los efectos del tranquilizante.
Lucha, huída y
congelación.
Cuando percibimos
que una situación amenaza nuestra vida, tanto la mente como el
cuerpo movilizan una gran cantidad de energía con el fin de
prepararse para la lucha o huida, aumentando el riego sanguíneo en
los músculos y liberando hormonas del estrés (adrenalina y
cortisol).
Cuando llegamos a
poder completar la descarga de energía generada, se informa al
cerebro de que a es momento de reducir los niveles de las hormonas
porque ha cesado la amenaza. Si no se da este mensaje para
normalizar, el cerebro continúa liberando altos niveles de cortisol
y adrenalina, y el cuerpo se aferra a su estado intensificado y de
alta energía: seguirá respondiendo como si sintiera dolor y
estuviera desvalido mucho después de que el peligro o las heridas
hayan desaparecido.
La respuesta de
inmovilidad o congelación es
una herramienta de supervivencia tan importante como el mecanismo de
lucha o huida,
la usará cualquier animal atrapado en una situación en la que la
lucha y la huida no sean opciones viables. Permite hacer creer al
“depredador” que la víctima ha muerto y quizás perder el
interés por él (un gato pierde el interés frente a un pájaro que
emplea este mecanismo de congelación cuando se siente indefenso). El
animal congelado, aunque apenas respira o se mueve, tiene su corazón
y cerebro acelerados; las hormonas que alimentaron antes su intento
de escapar continúan inundando su cerebro y su cuerpo. En cuanto se
da la oportunidad, el animal puede despertar de su estado de shock,
temblar y agitarse para descargar la gran cantidad de energía
desplegada y completar así su proceso de normalización y huir. Otra
de las funciones que cumple este mecanismo es la insensibilización,
si es agredido no sufrirá dolor ni sentirá terror mientras muere.
Los
humanos usamos esta respuesta de inmovilidad cuando estamos
lesionados o cuando nos sentimos abrumados. Sin embargo, solemos
tener problemas para volver a la normalidad después de atravesar
este estado. Quizás sea la capacidad de volver al equilibrio después
de usar la respuesta de inmovilidad el principal factor para evitar
quedarnos traumatizados.
Entonces, ¿qué
nos impide a los humanos volver al funcionamiento normal cuando ha
desaparecido la amenaza? ¿qué nos impide liberar esa energía
congelada?
Los humanos pueden
deshacerse, y se deshacen, de los efectos de sucesos abrumadores,
usando exactamente los mismos procedimientos que usan los animales.
Salir de la inmovilidad, de este estado de congelación puede ser una
experiencia intensamente energética. Los animales salvajes, como no
tienen cerebro racional simplemente lo hacen. Cuando
los humanos empezamos a salir de esta respuesta de congelación, a
menudo nos sentimos atemorizados por la intensidad de nuestra propia
energía y agresión latente, y nos resistimos a la
intensidad de nuestras sensaciones. Esta resistencia impide
la descarga completa de la energía para restaurar el funcionamiento
normal. La energía no descargada queda almacenada en el sistema
nervioso, lo que prepara el escenario para la formación de los
síntomas del trauma.
Cuando somos
capaces de descargar la energía de supervivencia residual,
nos sentimos menos amenazados y abrumados por la vida. El temor ya no
nos deja congelados. El pasar de la fijación al flujo, empezamos a
experimentar una sensación de coherencia, a sentirnos reconectados
con la vida. Ya no estamos atrapados por los sucesos del pasado,
algunos de los cuales ni siquiera recordamos.
No necesitamos
recordar conscientemente un suceso para curarnos de él. Como el
trauma ocurre principalmente a nivel instintivo, los recuerdos de los
sucesos abrumadores quedan almacenados como experiencias fragmentadas
en nuestros cuerpos, no en la parte racional de nuestro cerebro.
Cuando accedemos a nuestros recuerdos corporales a través de
la sensación sentida, podemos empezar a descargar la energía
instintiva de supervivencia que no pudimos usar cuando ocurrió el
suceso. Podemos aprender a descargar y transformar esta energía.
Levine ofrece un
programa de ejercicios para sanar el trauma en doce fases que
desarrollan la conciencia corporal. La conciencia
corporal nos ayuda a recuperarnos del trauma, pero también hace algo
más. La conciencia corporal es algo que deseamos cultivar...
porque vivir conscientes de nuestro cuerpo nos otorga una sensación
de vitalidad y propósito en todos los aspectos de nuestra vida. Si
estamos desconectados de nuestro cuerpo, no podemos mantenernos
plenamente presentes. Para tener una vida significativa hemos
de vivir con una sensación de vivacidad y presencia, y ambas surgen
del contacto íntimo con los estados internos del cuerpo.