sábado, 8 de febrero de 2014

Sostener la incertidumbre, desear y confiar... es invierno.


La meteorología no deja de prevenirnos sobre los riesgos de salir por ahí con los vientos, las lluvias y las borrascas que no dejan de sucederse unas a otras. En plena ciclogénesis explosiva, el cuerpo pide cobijo y tranquilidad (afortunadamente).


Y es que estamos en invierno, qué le vamos a hacer. Ya sé que a mucha gente no le gusta el invierno, pero por mucho que haya detractores de ésta u aquélla estación del año, todas son igualmente necesarias para un ciclo de transformación que no cesa, al menos mientras haya vida. Entre los menos “fans” del invierno, quienes se apasionan por lo aparente, colorido, vistoso, activo, productivo, etc. En nuestra sociedad la mayoría. Hay que ser ya un poco “sabia” para reconocer que, aunque menos visible, la energía que se moviliza en invierno es tan vital y necesaria como cualquier otra. Es la energía del descenso, del descanso, de la confianza, del agua...

Cuando sobre la tierra los árboles y plantas aparecen desnudos, “a palo seco”, y aparentemente sin vida, la enorme actividad que se desarrolla bajo tierra escapa a nuestra mirada. Son las raíces quienes se multiplican y extienden para absorber el agua y las sales minerales que constituyen la savia bruta.




A las personas nos ocurre también que nos desarrollamos de forma cíclica. Como si también tuviéramos estaciones. Tan pronto estamos perdidas, atascadas, aparentemente acabadas y como muertas, como de repente pareciera que algo se desbloqueó y encontramos algo que nos renueva y nos ayuda a expandirnos y conducirnos con nuevas ganas, ilusiones y capacidades.

A veces cuesta mucho salir de los atolladeros, sobre todo si nos empeñamos en que todo cambie sin cambiar nosotras; si pretendemos aferrarnos a algo o a alguien, impidiendo que las cosas vayan y vengan y nosotras con ellas. Así como vemos que es la vida. Así como constatamos que ocurre año tras año con las estaciones. Por mucho que me guste la primavera, no puedo retenerla. Ni el verano, ni el otoño, ni el invierno...

Pero conviene sostener la incertidumbre, sostenerse y dejarse sostener. Por la tierra, por la realidad y por la propia presencia. Y también desear crecer y desarrollar nuestro potencial. Y dejar que el agua disuelva las pegajosas capas de nuestro hábitos más inútiles y dañinos. Y confiar. Confiar en que son nuestros deseos y no nuestros miedos los que nos lconducen a nuestros logros.

La energía invernal es una invitación al recogimiento, al contacto con lo esencial, con lo 
nuclear y con el ser en potencia que somos. Epoca de desnudez y de aparente quietud bajo la que se oculta un dinámico y profundo proceso de transformación, de recreación. Momento para descender al corazón que nos calienta por dentro.

Y ahí estoy yo: quietecita, resguardada, calentita,... y nutriendo proyectos.

Voy a seguir viviendo mi invierno alimentando sueños y confiando en que se hagan realidad. Mi deseo ahora es poder realizar un Taller residencial de armonización primaveral que se va a llamar “De palo seco a flor en rama”. Os lo propongo para el primer fin de semana de abril en un maravilloso alojamiento rural enclavado en plena Sierra de Aracena. Ahí tenéis la información y la sugerencia. ¿Me ayudáis a difundir?








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