La meteorología no deja de prevenirnos sobre los
riesgos de salir por ahí con los vientos, las lluvias y las
borrascas que no dejan de sucederse unas a otras. En plena
ciclogénesis explosiva, el cuerpo pide cobijo y tranquilidad
(afortunadamente).
Y es que
estamos en invierno, qué le vamos a hacer. Ya sé que a mucha gente
no le gusta el invierno, pero por mucho que haya detractores de ésta
u aquélla estación del año, todas son igualmente necesarias para
un ciclo de transformación que no cesa, al menos mientras haya vida.
Entre los menos “fans” del invierno, quienes se apasionan por lo
aparente, colorido, vistoso, activo, productivo, etc. En nuestra
sociedad la mayoría. Hay que ser ya un poco “sabia” para
reconocer que, aunque menos visible, la energía que se moviliza en
invierno es tan vital y necesaria como cualquier otra. Es la energía
del descenso, del descanso, de la confianza, del agua...
Cuando
sobre la tierra los árboles y plantas aparecen desnudos, “a
palo seco”,
y aparentemente sin vida, la enorme actividad que se desarrolla bajo
tierra escapa a nuestra mirada. Son las raíces quienes se
multiplican y extienden para absorber el agua y las sales minerales
que constituyen la savia bruta.
A
las personas nos ocurre también que nos desarrollamos de forma
cíclica. Como si también tuviéramos estaciones. Tan pronto estamos
perdidas, atascadas, aparentemente acabadas y como muertas, como de
repente pareciera que algo se desbloqueó y encontramos algo que nos
renueva y nos ayuda a expandirnos y conducirnos con nuevas ganas,
ilusiones y capacidades.
A
veces cuesta mucho salir de los atolladeros, sobre todo si nos
empeñamos en que todo cambie sin cambiar nosotras; si pretendemos
aferrarnos a algo o a alguien, impidiendo que las cosas vayan y
vengan y nosotras con ellas. Así como vemos que es la vida. Así
como constatamos que ocurre año tras año con las estaciones. Por
mucho que me guste la primavera, no puedo retenerla. Ni el verano, ni
el otoño, ni el invierno...
Pero
conviene sostener
la incertidumbre,
sostenerse y dejarse sostener. Por la tierra, por la realidad y por
la propia presencia. Y también desear
crecer y desarrollar nuestro potencial. Y dejar que el agua disuelva
las pegajosas capas de nuestro hábitos más inútiles y dañinos. Y
confiar.
Confiar en que son nuestros deseos y no nuestros miedos los que nos
lconducen a nuestros logros.
La
energía invernal es una invitación al recogimiento, al contacto con
lo esencial, con lo
nuclear y con el ser en potencia que somos.
Epoca de desnudez y de aparente quietud bajo la que se oculta un
dinámico y profundo proceso de transformación, de recreación.
Momento para descender al corazón que nos calienta por dentro.
Y
ahí estoy yo: quietecita, resguardada, calentita,... y nutriendo
proyectos.
Voy
a seguir viviendo mi invierno alimentando sueños y confiando en que
se hagan realidad. Mi deseo ahora es poder realizar un Taller
residencial de armonización primaveral que se va a llamar “De
palo seco a flor en rama”. Os lo propongo para el primer
fin de semana de abril en un maravilloso alojamiento rural enclavado
en plena Sierra de Aracena. Ahí tenéis la información y la
sugerencia. ¿Me ayudáis a difundir?
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